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Miércoles 13 de Abril de 2022
Columna de Juan Ignacio Brito
La tecnología parece haber resuelto un viejo dilema acerca de cómo informar sobre la guerra. Tradicionalmente existió una zanja ancha entre los criterios de quienes señalaban que es necesario mostrarla en toda su sangrienta dimensión y aquellos que preferían depurar las imágenes para no herir susceptibilidades y respetar a las víctimas. “La disputa entre aquellos que sanitizarían la guerra y los que mostrarían su brutalidad es muy antigua”, afirma la historiadora Margaret MacMillan.
Hoy, en cambio, esa controversia pareciera superada en la práctica por las redes sociales y los teléfonos celulares inteligentes. La crudeza del conflicto en Ucrania ha sido transmitida con mucho realismo en redes sociales.
Cualquiera de los 4.660 millones de personas que son activos usuarios de Internet en el mundo puede acceder a videos, fotografías y testimonios que muestran cuerpos desmembrados y quemados, blindados y vehículos convertidos en chatarra, bombardeos, edificios destrozados y civiles desesperados en busca de refugio seguro. La guerra está hoy a un clic de distancia.
Para los que combaten, la verdad puede ser una molestia que se interpone en el camino a la victoria. En una guerra, el objetivo es sobrevivir primero y ganar después; la información a menudo se convierte en un instrumento para tales propósitos. Frente a una necesidad imperiosa de supervivencia y victoria, en los hechos las consideraciones morales tienden a relativizarse. Todo –o casi todo– vale para mantenerse vivo. Por eso suele decirse que la verdad es la primera baja en la guerra.
Estas realidades ineludibles complican la labor del periodismo, naturalmente llamado a poner orden en un ambiente noticioso entrópico. Una parte del problema que enfrentan los profesionales de la prensa es darle sentido a esa marea de información e imágenes sin contexto a la que se ve expuesto todo internauta curioso y, a veces también, morboso. La otra es discernir con criterio entre información y propaganda, porque todos los participantes de un conflicto bélico buscan imponer su narrativa de los hechos para conseguir apoyo extranjero, fortalecer el ánimo combativo de su población y desmoralizar a sus enemigos.
Cuando se trata de guerras de interés planetario como la que hoy protagonizan Rusia y Ucrania, el escenario en que se disputa la batalla comunicacional es la opinión pública mundial. MacMillan señala que los grandes comandantes saben que la guerra les ofrece un escenario y saben actuar con destreza en él. Esto parece tenerlo más claro el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que su contraparte rusa, Vladimir Putin. Zelenski ha comprendido que necesita motivar a una población amenazada para resistir al invasor y emocionar a un Occidente sensible para forzar a sus líderes a ayudar a su país. Lo ha conseguido a medias: Ucrania aguanta el embate ruso a la vez que recibe apoyo diplomático y económico, así como armas y techo para sus refugiados. Sin embargo, no ha obtenido lo que más desea: la intervención militar de la OTAN. Putin, por su parte, sufre las sanciones de Occidente, donde su imagen es fuertemente criticada. Prefiere concentrarse en el frente interno, donde, al parecer, conserva una apreciable popularidad, y en la diplomacia tradicional para mantener suficientemente cerca a potencias como China, Turquía o India, que no han condenado la invasión a Ucrania, y a sus socios productores de petróleo de la OPEP+.
Enfrentado a un conflicto que despierta emociones y simpatías marcadas junto con versiones interesadas de los hechos, el periodismo debe elegir, pues la neblina de la guerra a menudo solo permite distinguir contornos borrosos. Puede optar por el camino fácil, que simplifica las cosas, descarta los matices y divide entre buenos y malos, recurriendo principalmente a las sensaciones a la hora de cubrir la guerra. O puede tratar de rescatar toda la verdad que pueda desde los hechos, distinguiendo los grises, chequeando las versiones oficiales, combinando con prudencia racionalidad y emocionalidad, interés humano y relevancia.
Aunque pareciera que la profusión de imágenes sobre la guerra ha resuelto el dilema de cómo cubrirla, lo cierto es que estamos muy lejos de eso. En la guerra no solo combaten ejércitos, sino también narrativas contradictorias. En ese ambiente, hacer buen periodismo resulta difícil, pero es sin duda gratificante y más necesario que nunca.