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Miércoles 29 de Junio de 2022
Columna del académico Sebastián Goldsack
No es raro, a lo menos en Chile, escuchar con alguna frecuencia el término enjambre sísmico como una forma de referirse a una serie de eventos ocurridos en torno a una área específica y en un corto período de tiempo.
Pareciera ser que en lo social podríamos ocupar como metáfora el mismo concepto para tratar de singularizar una sucesión bastante inédita de crisis que sienta sus bases en una pérdida de la confianza. Sumado a la pandemia y una hecatombe económica que se profundiza día tras día debido a la guerra de Rusia y Ucrania. En temas nacionales se suman además: la crisis migratoria, política, de seguridad y orden público y otras tantas otras “replicas” que sacuden nuestra habitar en este tiempo y cultura. Como diría un amigo del otro lado del charco, menudo problema.
En el entretanto, todos han tenido que ir aprendiendo a navegar en estos nuevos tiempos (la famosa nueva normalidad que de normal tiene poco), y han tenido que proyectar su quehacer con las pocas luces que les regala esta bataola de incertidumbres. No es fácil proyectar nada cuando la base está en movimiento, y lo que antes parecían datos razonables para estimar uno que otro comportamiento o escenario, hoy existen más dudas y preguntas que relaciones estadísticas con aceptables márgenes de error.
Las empresas han tenido que volver a mirar sus elocuentes planes estratégicos. Aquellos que estimaban crecimientos y avances, posiblemente tendrán que frustrar y reasignar recursos para volver a armarse y salir al mercado con una oferta de valor que vuelva a hacer sentido.
En este volver a mirarse, este enjambre nos regala una maravillosa oportunidad. Cuánto tiempo hemos fijado como norte ciertas luces externas que hoy nos damos cuenta que son volátiles, fútiles y que nada en realidad tenían que ver con nosotros. El contexto deja de ser una referencia absoluta, y dado que es líquida (casi vaporosa en realidad), quizás más vale prestar solo una atención necesaria, sabiendo que necesitamos referencias robustas para saber dónde avanzar.
El volver a darle sentido y dirección a lo que hacemos nos permite abandonar aquellas cosas que nos molestaban, pero que aceptábamos porque pensábamos que era un precepto de mercado. Es tiempo de idearios fuertes y valores claros, más que de estadísticas mañosas y pronósticos con base en nigromancía. El mercado necesita nuevas referencias, nuevos faros, nuevas inspiraciones, ¡algo que de una vez no se mueva! A lo menos en lo esencial.
Las marcas con propósitos no son una moda, son una necesidad social. No es que las marcas ciudadanas sean tendencia, son consecuencia del abandono de las referencias tradicionales de las personas en una sociedad desarticulada. Es un dato sin duda triste para nuestro sistema social, pero hoy son más las marcas que las instituciones tradicionales las que son usadas por las personas para construir su identidad, y que a través de las marcas (como resumen de la empresa moderna) ven una forma de pertenecía a una comunidad que procura valores similares a ellos y los proyectan a su entorno.
En las comunidades de marcas las personas reconocen volver a sentirse parte de un grupo, vuelven a intercambiar experiencias vitales con quienes se reconocen pares. En estos grupos las personas se sienten llamadas a trascender en valores más relevantes que ellos mismos. Como nuevamente diría este amigo español: menuda solución.
Estamos frente a la posibilidad de volver a iniciar un ciclo sin las tendencias al desorden de antaño, con una mirada renovada que reconozca en el propio quehacer el norte suficiente para tener éxito, siempre y cuando ese hacer provoque bien y congregue a personas en torno a un proyecto que no se limite por lo que se fabrica o se produce. Es decir, tenemos la oportunidad de rectificar nuestra intención, de generar comunidad y de alinear nuestras fianzas con una operación y con la certeza de que el mercado nos recompensará por hacer las cosas bien, por hacer el bien…A Dios gracias!