Palabras del Rector José Antonio Guzmán Cruzat

Visita del Rector Honorario, M. Fernando Ocáriz Braña
26 de julio de 2024

En su persona, querido Padre, queremos agradecer los grandes bienes que hemos recibido de sus predecesores a la cabeza del Opus Dei, así como de usted mismo: esos bienes de gracia y de sabiduría, de consejo y de ejemplaridad, sin los cuales esta Universidad no sería lo que es.

Desde el primer momento hemos querido caminar en la huella de aquel amor apasionado por la verdad, que nos dejó trazada san Josemaría; en la senda de aquella aspiración al trabajo santificado, que nos pidió el beato Álvaro, primer rector honorario de esta casa de estudios; en la voluntad de enseñar todas las asignaturas en cristiano, que nos pidió don Javier Echevarría cuando estuvo entre nosotros; y en el afán de rigor intelectual y de anhelo apostólico que encarna, Padre, su persona.

Desde el primer momento hemos querido caminar en la huella de aquel amor apasionado por la verdad, que nos dejó trazada san Josemaría

Cuando comparamos el modestísimo punto de partida de esta empresa académica con su realidad actual, pienso que no es presunción el sentirnos parte de esa llamada llena de fe de san Josemaría: “Soñad y os quedaréis cortos”.

Para describir ese sueño hecho realidad me atreveré a proponer hoy la siguiente fantasía. Imaginemos a un espectador invisible, que hubiera podido presenciar —pero solo desde fuera— los hitos principales de la historia de la Universidad de los Andes. 

Ese espectador habría oído las conversaciones de los forjadores de esta Universidad en su prehistoria: sus sueños, sus proyectos, sus dilemas. Habría visto plasmados esos ideales en los estatutos de la aún nonata Universidad, prontamente aprobados por la autoridad civil competente. Habría asistido a su humilde comienzo: una clase de Derecho para un único curso de 38 alumnos en una sede provisoria. Y luego habría compartido la casi insensata decisión de iniciar al año siguiente la carrera de Medicina, un atrevido paso que de hecho significó la precoz mayoría de edad de nuestra incipiente casa de estudios.  

Cuando comparamos el modestísimo punto de partida de esta empresa académica con su realidad actual, pienso que no es presunción el sentirnos parte de esa llamada llena de fe de san Josemaría: “Soñad y os quedaréis cortos”.

Para hacer el cuento corto, este espectador habría visto alzarse sobre un erial un edificio tras otro, hasta llegar a formar todo un verde Campus, y dentro de él una sucesiva multiplicación de facultades, escuelas e institutos, así como de docentes, investigadores, administrativos y auxiliares, al servicio de miles y miles de alumnos de pre y postgrado.

Puesto a dar cuenta de todo lo visto y oído, nuestro espectador podría decir: “Comprendo esta Universidad, pero no la comprendo. Hay algo en ella que se me escapa: tiene que haber un alma de toda esta creatividad, un motor invisible de toda esta sucesión de maravillas…”

Puesto a dar cuenta de todo lo visto y oído, nuestro espectador podría decir: “Comprendo esta Universidad, pero no la comprendo. Hay algo en ella que se me escapa: tiene que haber un alma de toda esta creatividad, un motor invisible de toda esta sucesión de maravillas…”

Y puestos a resolverle su duda, ¿qué le diríamos? Que la energía interior de todo cuanto presenció desde fuera es… la gracia de Dios, el don septiforme del Paráclito, la fuerza vivificante del espíritu del Opus Dei. Que está allí la raíz del estilo académico de nuestra Universidad, del clima moral de nuestra convivencia, de la urbanidad de nuestras relaciones humanas: de esos factores que tanto favorecen la excelencia académica y el servicio a la Iglesia y a la sociedad entera.

La Universidad de los Andes, animada por este espíritu y gobernada por sus propias autoridades, ha contado en todo momento con el inapreciable apoyo de la Prelatura del Opus Dei, que ha asumido la tarea de vivificar cristianamente la formación que se imparte en estas aulas. Hoy sus autoridades agradecen esa función esencial en la persona del Prelado, Mons. Fernando Ocáriz, al mismo tiempo que se alegran y se honran con su presencia entre nosotros.


Como señal de la inmensa gratitud que tenemos hacia nuestro Rector honorario y a quienes le antecedieron, quisiéramos entregar al Padre la Medalla de Oro de la Universidad de los Andes. Es un gesto sencillo pero elocuente de nuestro agradecimiento y de nuestra emoción por esta visita que hoy nos hace.