Entre la imagen de la maestra rural que en el año 1918 llegó a Punta Arenas a enseñar y chilenizar, y la de la fantasma que recorre Chile de la mano de un niño y un huemul está Mistral, enmarañada por canciones de cuna, jugarretas y cuenta-mundos, atravesada por la desolación que producen el dolor, la muerte y el desamor; habitada por la ternura que le provocan los niños y por la pena en que la embargan las injusticias; y convertida, al final de sus días, en los ojos que retrataron a su amado y lejano Chile. A todas esas Gabriela en que podemos dividir la monumental existencia de Lucila Godoy Alcayaga las recorre, sin embargo, para siempre y desde siempre, una marcada práctica místico-religiosa que, hasta el culmen de su obra (que hasta ahora conocemos como Poema de Chile) corona con una “Despedida” en que vierte sobre su Dueño (Dios) su “Regreso” a las alturas tras haber bajado un ratito para recorrer su patria.
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