II Guerra Mundial

Los tratados no son para cumplirse

ArtÍculo de la segunda guerra mundial, LOS TRATADOS NO SON PARA CUMPLIRSE.  A 80 años de la firma del pacto nazi-soviético.

Escrito por: profesor Enrique Brahm Biblioteca Universidad de los Andes


El 23 de agosto de 1939 – hace 80 años – se firmaba en Moscú el Pacto nazi-soviético.  En medio de un ambiente cordial y festivo – Ribbentrop informaría que junto a Stalin y Molotov “se había sentido como entre viejos correligionarios” –  los Ministros de Relaciones Exteriores de Alemania y Rusia, en presencia del dictador soviético y para sorpresa del mundo, parecía ponían fin al enfrentamiento de las grandes ideologías totalitarias.  Debe recordarse que buena parte del atractivo y de la relativa legitimación de que estas gozaban derivaba precisamente de esa enemistad radical.  Había quienes veían en Hitler el gran baluarte contra la amenaza comunista.  Y el comunismo soviético había recién salido de su aislamiento – hasta ese momento luchaba encarnizadamente incluso contra los socialistas a quienes calificaba de “socialfascistas” –  cuando enarboló la bandera del “antifascismo” y la Komintern impulsó la formación de los “Frentes Populares”. 

Más allá de la retórica, también se enfrentaban de forma violenta.  Hacia 1932, en vísperas de la toma del poder nacionalsocialista en Alemania se vivía un ambiente de guerra civil, con decenas de muertos, al enfrentarse en las calles las fuerzas paramilitares nazis y comunistas.  Tras la toma del poder el KPD había sido aniquilado.  Irónicamente, muchos de los sobrevivientes de esas persecuciones que buscaron refugio en el “paraíso comunista” terminarían por ser ejecutados durante las purgas stalinianas… ahora por ser alemanes.  En lo más inmediato, fascistas y comunistas luchaban encarnizadamente en la Guerra Civil Española. Todo ello explica la sorpresa con que se recibió entre la dirigencia y las bases de ambos partidos la concreción de ese pacto.  El enemigo de ayer y de siempre pasaba a ser el amigo de hoy.   El ideólogo nazi Alfred Rosenberg anotaba en su diario con sombríos acentos: “Tengo la sensación de que ese pacto en algún momento se tomará venganza contra el nacionalsocialismo”.  Y el mismo Hitler debía reconocer que había celebrado “un tratado con Satán para expulsar al demonio”.

Sin embargo, más allá de sus radicales diferencias, los dictadores totalitarios no eran tan lejanos el uno del otro: se observaban y admiraban y tendían a imitarse.  Desde Mein Kampf Hitler se había propuesto combatir el comunismo con las mismas armas que este había desarrollado.  El “aniquilamiento de la burguesía como clase” sería sustituido por el exterminio de los judíos y los racialmente inferiores.  En otro ámbito, el año 1936 implementaba un “plan cuatrienal”, equivalente a los “quinquenales” soviéticos.  Por su parte José Stalin quedó admirado al enterarse, a través de sus espías, de la forma como Hitler había eliminado a sus oponentes internos – Ernst Röhm y las S.A. – en la “noche de los cuchillos largos”.  “¡Qué tipo ese Hitler!  ¡El sí sabe cómo acabar con los enemigos políticos!”.  Ese sería el modelo a seguir en la época del “gran terror”.

Sin perjuicio de la forma extrema que alcanzaba el enfrentamiento entre las potencias totalitarias a medida que avanzaba la década de 1930, Stalin nunca quiso cortar completamente las relaciones con el Tercer Reich, ni llegar a un rompimiento definitivo.  También buscó mejorar las relaciones comerciales con Alemania.  Hjalmar Schacht, Presidente del Reichsbank, partidario de ese entendimiento, señalaba que “si llegara a haber un encuentro entre Stalin y Hitler, las cosas podrían ser de otro modo”. 

En la nota que el agregado comercial ruso envió a su gobierno en la que se contenía dicha propuesta, se conserva una anotación de puño y letra del mismo dictador soviético: “Interesante. J. St.”.

En su famoso discurso ante el XVIII Congreso del partido Comunista de 10 de marzo de 1939, en un momento en que ya la guerra parecía inevitable después que Hitler se había anexionado Austria y Checoslovaquia y había empezado a presionar a Polonia, las críticas de Stalin se dirigían sobre todo a Inglaterra y Francia cuya debilidad para frenar la política expansiva de Alemania y Japón se explicaría porque buscaban que estas potencias atacaran a la Unión Soviética.  Por otra parte, parecía jugar en su favor para la expansión del comunismo, la desestabilización del orden internacional, provocada por la agresiva política exterior nazi. 

El hecho concreto es que pondría a cargo de las relaciones exteriores a W. Molotov, uno de sus seguidores más fieles, partidario de un acercamiento con Alemania.

Hacia el mes de marzo de 1939 la situación desde el punto de vista diplomático era la siguiente: Inglaterra y Francia necesitaban aliados para frenar el expansionismo alemán que ahora amenazaba a Polonia y la alternativa era Rusia, país paria, al que hasta ese momento no habían considerado; Alemania buscaba localizar el conflicto con el estado polaco, y para eso necesitaba también la alianza rusa; la Unión Soviética, por su parte, que había sido excluida por occidente de la Conferencia de Munich de 1938 y en conflicto con Japón en el extremo oriente, necesitaba aliados y sólo le quedaba Alemania.

A partir del mes de abril Rusia negociaba a dos bandas, pero mientras las conversaciones con Inglaterra y Francia no adelantaban, con Alemania ocurría lo contrario.  Es que más allá de sus profundas diferencias ideológicas Hitler y Stalin coincidían en su oposición a las democracias capitalistas y en que carecían de todo escrúpulo moral.  Mientras Inglaterra sólo podía ofrecer a Rusia su participación en una guerra europea y la enemistad de Alemania, esta última podía asegurar a los soviéticos el que pudieran mantener su neutralidad en caso de que se desencadenara una guerra europea.  Además, Ribbentrop planteaba ya el 26 de julio la posibilidad de llegar a un entendimiento de mutuo interés en relación a Europa oriental.  Se abría el camino para la firma del protocolo secreto del tratado de 23 de agosto.

En agosto la presión alemana se intensificó, porque Hitler ya había decidido que las operaciones militares se iniciarían el 1 de septiembre, por lo que viajó a Moscú una comisión de alto nivel, encabezada por el Ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribbentrop, con lo que a últimas horas de la noche del 23 de agosto de 1939 se firmaba un pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética.  Clave para Stalin había sido el tenor del artículo II: “En el caso de que alguna de las partes firmantes se viera envuelta en un conflicto bélico con una tercera potencia, la otra parte no apoyará de ninguna manera a ese tercer país”.  Y Stalin sabía que habría muy luego guerra con Polonia.  Tanto o más atractivo resultaba el Protocolo Secreto por el cual se dejaban bajo la esfera de interés soviético la mitad de Polonia, Finlandia, los países bálticos y Besarabia.  Era un cínico negocio el que hacían los dictadores a costa de una serie de pueblos más débiles.

Pero, como había señalado Stalin en un discurso ante miembros de la Komintern y del Politbüro, el tratado hacía inevitable la guerra entre Alemania y las potencias democráticas.  Esperaba que esta fuera una guerra larga y devastadora que generara las condiciones para el estallido de revueltas revolucionarias y que debilitara de tal forma a sus rivales occidentales que al final terminaran siendo presa fácil de una gran ofensiva soviética.  Se avizoraba una Europa sometida a la hoz y el martillo.

Hitler buscaba lo contrario.  Su alianza con Rusia inhibiría a Inglaterra y Francia de salir en defensa de Polonia.  No habría guerra mundial y, en el momento más oportuno se volvería contra su aliado circunstancial para hacer realidad su gran objetivo ideológico: la conquista de espacio vital en el este de Europa.

Se trataba de un acuerdo maquiavélico que ninguno de sus signatarios estaba dispuesto a respetar.

En lo inmediato, Hitler no logró localizar el conflicto y con la invasión de Polonia se inició la Segunda Guerra Mundial que terminaría con la aniquilación del Tercer Reich.  Parecía que triunfaba la apuesta de Stalin, pero no hubo un largo conflicto de desgaste, por lo que Rusia debió sufrir a partir de 1941 una terrible guerra de exterminio contra Alemania en la que perdió más de veinte millones de habitantes y terminó materialmente destrozada.  Los cálculos de Stalin se hicieron realidad sólo después de terminada la Guerra Mundial, cuando quedaron en sus manos los territorios que había negociado con Hitler y el comunismo se enseñoreó de buena parte de la Europa central y oriental. 

No es casualidad que el derrumbe del imperio soviético, ya en tiempos de Gorbachov, se iniciara con las protestas de polacos, lituanos, estonios, letones y moldavos que reclamaban su libertad exigiendo que el líder reformista ruso reconociera que los jerarcas comunistas habían negociado con Hitler su esclavitud.