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Jueves 4 de Noviembre de 2021
Columna de la profesora María Fernanda Cerda para ECU
Desde hace tiempo que los científicos preveían el riesgo de una pandemia. Las epidemias de los virus Ébola (2014) y Zika (2015-2016) fueron un atisbo de lo que nos esperaba con el COVID-19.
Los desafíos que plantean este tipo de enfermedades requieren respuestas multifactoriales, que incluyan no solo la disponibilidad de una atención clínica adecuada, sino que también mejoras en las condiciones de vida de los ciudadanos y acceso a una buena educación (Castro-Sánchez et al., 2016). De hecho, se ha visto que mejorar la autoeficacia[1] de las personas para adoptar comportamientos preventivos es fundamental para el éxito de cualquier tipo de intervenciones de salud pública (Buckworth, 2017). Pero para que la participación de la ciudadanía tenga éxito es necesario información y asesoramiento adecuados que expliquen qué medidas se deben adoptar y cómo hacerlo.
Sin embargo, diferentes factores influyen en la capacidad de los ciudadanos para comprender la información proporcionada, seguir instrucciones y, en última instancia, tomar decisiones efectivas relacionadas con su salud. Si bien algunos de los aspectos clave parecen lógicos, como la educación, otras influencias, como la alfabetización en salud han recibido una atención limitada por parte de las autoridades sanitarias.
La alfabetización en salud se basa en la alfabetización general y engloba las motivaciones, los conocimientos y las competencias de las personas para acceder, entender, evaluar y aplicar la información sobre la salud en la toma de decisiones sobre la atención, y el cuidado sanitario, la prevención de enfermedades y la promoción de la salud para mantener y mejorar la calidad de vida a lo largo de esta (Sörensen et al. 2012). Sus principales pilares son la capacidad de obtener información en salud, la capacidad de entender adecuadamente esta información y, por último, la capacidad para aplicar adecuadamente la información recolectada (Dunn, & Conard, 2018).
Por esta razón, durante la pandemia del COVID-19, aumentar el alfabetismo en salud se ha convertido en una prioridad para todos los países del mundo (Sörensen, 2021). Informar sobre la forma en que se esparce el virus, entender el impacto que tiene en la salud y la forma habitual del desarrollo de nuestras vidas, evaluar quién está mas en riesgo, y por qué es importante vacunarse, son todas acciones que requieren un nivel adecuado de alfabetismo en salud. De esta forma, en un abrir y cerrar de ojos, esta habilidad pasó a ser esencial para todos nosotros. Tanto es así que tener un alto nivel disminuye la posibilidad de contagiarse, y de hacerlo, aumenta la posibilidad de poder cuidarnos a nosotros y nuestros seres queridos de mejor manera, y viceversa (Nutbeam, 2021).
Si bien en Chile los niveles de alfabetización en general son elevados (96,4%) (Casen, 2020),
según un reporte de la OCDE sobre los resultados de la Evaluación de competencias de adultos (PIAAC)[2], estos no serían muy alentadores. El 53,4% de los chilenos obtuvo resultados por debajo del nivel 1 – el más bajo – en comprensión lectora (promedio de la OCDE, 18,9%) y casi el 61,9% obtuvo un resultado igual o por debajo del nivel 1 en matemática (promedio de la OCDE, 22,7%) (OECD, 2016). Y si estos niveles en general son deficientes, los niveles de alfabetización en salud serán igual o incluso peores.
A pesar del gran esfuerzo de los profesionales de la salud para combatir la pandemia del COVID-19, este nivel inadecuado de alfabetismo en salud se ha convertido en uno de los mayores obstáculos a superar. La evidencia nos muestra que una comunicación sencilla y adecuada por parte de las autoridades sanitarias es un buen comienzo para derribar esta barrera. Pero esto no es tan fácil de lograr. Existe un delicado equilibrio que de romperlo se puede producir el efecto contrario. Por ejemplo, pasar a Fase 4 -hoy en Fase 3 y 2 en algunos lugares-, cambios en el Plan Paso a Paso y la eliminación del toque de queda, fueron interpretados por la población como que la pandemia era una prueba casi superada. Esto produjo una disminución de la percepción de riesgo y un relajamiento en las medidas de autocuidado que al final se tradujo en un aumento en los casos de COVID-19. De más está decir, que el autocuidado es clave para combatir la pandemia.
Hoy, desde ex ministros hasta la actual subsecretaria de salud, Paula Daza, vuelven a insistir en continuar con el autocuidado. Pero luego de dar mensajes contradictorios en un periodo corto de tiempo mi pregunta es si se podrá revertir nuevamente la situación. Hay que tomar en cuenta que no basta con entender la importancia de realizar estas acciones y saber cómo hacerlas, si no que también tomar la decisión de hacerlas. Y si no se realizan estos tres pasos, todo esfuerzo es en vano.
La experiencia de la pandemia no solo ha dejado al descubierto la baja alfabetización en salud de los chilenos, si no también una falla en la elaboración de los mensajes por partes de las autoridades. Esto nos presenta nuevas oportunidades y desafíos para disminuir estas brechas y mejorar la salud de los chilenos.
[1] Esta autoeficacia se refiere a creer en la propia capacidad para entender y ejecutar acciones. Esta poderosa creencia afecta significativamente la adopción y mantenimiento de comportamientos saludables.
[2] El PIAAC es una evaluación que mide las competencias cognitivas relacionadas con el mundo del trabajo que son necesarias para que los individuos participen con éxito en la sociedad.