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Martes 8 de Septiembre de 2020
María Ignacia Zamorano, estudiante de 4°año de Terapia Ocupacional, colaboró con el equipo de salud.
“Desde el primer día me enfrenté a situaciones muy difíciles, paros respiratorios, personas que les costaba respirar y lamentablemente vi también como algunos murieron. Lo que más recuerdo es cuando el área de pediatría pasó a ser pediatría COVID (antes era adulto COVID) y llegaron muchos niños muy enfermos, fue muy difícil. Al terminar el turno me fui a despedir de ellos, se veían bien dentro de la gravedad en la que estaban. Al día siguiente volví y uno de ellos había muerto. Ver a las enfermeras, doctores, auxiliares, TENS y, sobre todo, a la familia llorando fue extremadamente doloroso. Un día estaban bien y a las pocas horas no”.
Así comienza el relato de María Ignacia Zamorano, alumna de 4°año de Terapia Ocupacional, quien realizó un voluntariado desde fines de mayo, hasta finales de julio en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, en el marco de la pandemia por COVID-19. María Ignacia tenía claro que su mayor propósito era poder ser un aporte como buena estudiante del área de la salud y, por esto, tomó la decisión de postular al voluntariado, a través de la página web de la Clínica. Al poco tiempo la llamaron y enseguida se puso a disposición de los médicos y enfermeras para ayudar en lo que fuese necesario, trabajando 10 horas diarias, bajo un sistema de cuarto turno modificado, es decir, dos días de trabajo y dos días de descanso.
La fuerte demanda de atención de cada uno de los pacientes generó escasez en el personal de salud del hospital, así como un exceso de trabajo que significaba postergar almuerzos o una simple conversación. “Fue muy difícil dar abasto para tantos pacientes y con poco personal. Había veces que almorzábamos a las cinco de la tarde, porque desde las 8 de la mañana habíamos estado con los pacientes. Por suerte el Hospital Clínico de la Universidad Católica tenía infraestructura para tener más pacientes y nunca quedamos cortos de materiales, insumos, pero nosotros estábamos agotados, se podía ver en las caras de todos”, señala la alumna de Terapia Ocupacional.
Uno de sus recuerdos más fuerte es haber estado acompañando a pacientes que estaban en malas condiciones. “El entregar a los demás es lo que me llena, me motiva a poder hacer las cosas, ver a los pacientes o usuarios contentos y con la cara de llena de felicidad porque les cambiaste la cama o conversaste un rato con ellos”, comenta.
La lejanía con los seres queridos hace aún más dura la lucha contra el virus, según María Ignacia. “Ese es el gran problema de este virus, la soledad que conlleva estar infectado, están totalmente aislados, su familia no los pueden ir a ver, me pongo en su lugar y no me podría imaginar pasar por algo así sin mi familia, siento que fue gatillante en tomar mi decisión, el poder acompañar a una persona que lo está pasando mal y que después te den las gracias es lo más increíble que a uno le puede pasar”, expresó.
Por último, la alumna relata la felicidad que los niños le entregaban a ella y al personal de salud en general, y lo agradecidos que se mostraban con los funcionarios. “Cuando les daban el alta, lo único que querían era abrazarnos, pero no podíamos por precaución. Se notaba que estaban agradecidos, que se habían sentido queridos y sobre todo que no estaban solos, que había personas como ellos, que estaba el equipo de salud atrás. Después cuando llegaron los niños, me la pasaba jugando mientras cambiamos camas o los bañábamos, se reían como nunca, estaban felices y había algunos que llevaban muchos días hospitalizados o con operaciones graves. Los papás de los niños estaban muy agradecidos también”, contó.