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Viernes 5 de Mayo de 2023
Por Sebastián Goldsack y Emilia Chávez Mirador de las Comunicaciones
Que bien le hace a Chile el que muchas empresas hayan comprendido la imperante necesidad de promover una perspectiva integradora entre hombres y mujeres, incluyéndola en todos los niveles de una jerarquía organizacional. Algunas valientes entidades han sido pioneras al alzar la voz en esta temática, y progresivamente otras más se han sumado a esta causa con el objetivo de establecer equidades y complementariedades en su entorno laboral. A pesar de enfrentarse a una sociedad que a menudo muestra resistencia a implementar cambios a la velocidad que se requiere, estas organizaciones están dando la pelea y perseveran en su compromiso y determinación hacia una razón de igualdad.
Si bien quedan desafíos, se han ido ganando algunas batallas, y hoy ya simplemente no es presentable quien, sin argumento ni mediar lógica alguna, acometa acciones discrecionalmente en desmerito de las mujeres. Y es que lo anterior deja en una total irracionalidad prácticas como la del “impuesto rosa”, o también conocido como la “tasa de género”. Este ejercicio se refleja en la diferenciación de precios de venta por género en productos del cuidado personal, juguetes y ropa, perjudicando directamente a las mujeres en sus decisiones de consumo. Y es que solo por la modificación de color y/o por dirigirse a ellas, estos productos salen al mercado con precios a ratos sustancialmente más altos.
Entidades como el SERNAC han tomado medidas para abordar la problemática del impuesto rosa en Chile. En el 2019, se emitió una alerta de consumo que destacaba la diferencia de precios por género en productos similares y llamaba a las empresas a transparentar y justificar estas diferencias. Además, ha impulsado campañas de educación y difusión para concientizar a la población sobre esta discriminación de género en el mercado. Esto solo ha visibilizado la triste realidad de empresas que cargan en precio con un 7% adicional un mismo producto solo por dirigirse al mercado femenino. Ante esta realidad hay algunos que celebran que este impuesto invisible haya decaído -y es que hace un par de años la desventaja era de un 24%- y hay otros que abogan por una razón primera, estamos frente a una realidad que sencillamente no debiese existir y por lo tanto en vez de alegría se nos debería llenar la cara de vergüenza.
Más pena da cuando en estos estudios se vislumbra que la diferencia más grande es en las categorías, recién nacidas, infantes y niñas menores de 10 años. Como dicen en el tenis, una brutal doble falta.
Si bien la sociedad en general está más consciente del problema, hay quienes persisten en justificar el impuesto rosa en Chile, sea bajo el argumento de diferencias de costos de producción o preferencias de consumo, mientras que otros consideran que no es una problemática relevante en comparación con otros temas sociales o económicos. Ambas lo único que hacen es perpetuar un problema y esconder bajo la alfombra malas prácticas que ahondan una situación que de suyo no es justa.
El impuesto rosa es una manifestación de desigualdad, y mucho se podrá seguir avanzado en términos políticos sobre la no discriminación a las mujeres, pero hacer lo anterior sin dar atajo a este tipo de abusos es igual a la idea de gobernar sin ideales.
Muy bien y enhorabuena que sigamos debatiendo en congresos y seminarios la necesidad de tener un propósito claro que guie la ejecución de los negocios en Chile, pero acordemos ciertos mínimos sin relativizar lo que sencillamente está mal, de otra forma es seguir vistiendo a una mona de sedas.