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Lunes 15 de Junio de 2020
Matías Quer, investigador del Centro Signos UANDES, reflexiona sobre el miedo, lejanía y negación que produce la muerte en nuestra sociedad.
El miedo a la muerte es una de las experiencias más profundas en la vida humana. Es algo natural y que, con certeza, nos llega a todos en algún momento, pero sigue produciendo un rechazo que nos parece igualmente natural. “Algunos asocian a ese miedo con la necesidad de preservación de la especie y con un instinto natural de supervivencia, otros ven en ello un anhelo de trascendencia o una reacción propia de la incertidumbre sobre lo que hay -o no- después de la muerte. Lo cierto es que la muerte siempre ha provocado reacciones de todo tipo: escapar de ella a toda costa ha sido una de las respuestas más comunes, también ha habido resignación, frustración, fascinación o asumirla con naturalidad; otros han decidido pensarla filosóficamente, abordarla desde la poesía y la música; finalmente, muchos se aproximan a ella desde la fe y con la esperanza de una vida nueva después de la muerte. Estas diferencias se aprecian, también, en la forma en que nos relacionamos con nuestros muertos. En este sentido, la pandemia actual ha generado un pánico enorme ante la posibilidad de morir, pues la muerte se ha convertido muchas veces en algo lejano a nuestra vida cotidiana”, explica Matías Quer, investigador del Centro Signos UANDES, quien se encuentra cursando el Magíster en Filosofía y el Magíster en Estudios Políticos, ambos en la Universidad de los Andes; es Diplomado en Antropología Cristiana de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa, Perú y también es Licenciado en Medicina de la Universidad del Desarrollo.
Como sociedad sentimos una lejanía de la experiencia de la muerte en nuestra vida cotidiana, lo que se explica desde los diferentes procesos que ha experimentado nuestra cultura. La modernización y el crecimiento económico han cambiado nuestras vidas radicalmente y esto se ha acelerado en las últimas décadas. “Hoy las personas mueren generalmente en hospitales, clínicas o residencias de ancianos, espacios donde solamente viven los adultos mayores -en el mundo occidental al menos- y es poco común encontrar a las personas moribundas en las casas con sus familias. La esperanza de vida se ha disparado y la mortalidad infantil es bastante menor que hace un par de generaciones, todo eso ha provocado que nos toque acompañar a menos moribundos, ir a menos funerales, y que la mayoría de esas situaciones sean de nuestros abuelos. Hoy, cuando muere alguien antes de los 60 años, especialmente antes de los 30, nos parece muy extraño y es una situación aún más traumática –si puede decirse– que como se vivía antes, no porque antes la muerte suscitara indiferencia, sino porque estaba más incorporada como una situación que se experimentaba frecuentemente a lo largo de la vida”, comenta el investigador de Signos.
Para Quer, el mundo de la entretención y el espectáculo han trivializado y caricaturizado a la muerte: “No estamos acostumbrados a ver morir a nuestros familiares, pero vemos todo tipo de muertes en la pantalla mientras comemos pizza o tomamos una cerveza. Es difícil saber hasta qué punto esta realidad se repite en otras culturas, pues los fenómenos religiosos y las costumbres de cada sociedad afectan enormemente a la manera en que lidiamos con la muerte, pero todo indica que existen otros lugares –donde existe una mayor mortalidad infantil, situaciones de guerra o se vive en familias extendidas y comunidades más cohesionadas, por ejemplo– la muerte se vive con mayor cercanía y cotidianeidad”.
Muchos se han preguntado si la falta de certeza que sentimos debido a la pandemia causada por el Covid-19 es igual o similar a la que se siente en un estado de guerra. “La analogía entre la guerra y la pandemia se ha utilizado bastante. Por ejemplo, ha sido común escuchar a líderes mundiales y referentes de la salud referirse al virus como un enemigo al que tenemos que derrotar. Además, los gobiernos han tenido que tomar decisiones difíciles y drásticas, limitando fuertemente las libertades individuales, y eso es algo que generalmente no estamos dispuestos a tolerar, pero que hemos aceptado en el contexto de la pandemia. Por otro lado, es notorio que esta pandemia ha alterado profundamente la forma en que funciona el mundo, las sociedades y las vidas cotidianas de miles de millones de personas, y esto no solamente a nivel económico, sino también de relaciones sociales, trabajos, viajes, entretenimiento o estudios, entre muchos otros. Por lo mismo, muchas de las premisas básicas sobre las que reposaba nuestro sistema económico y social se encuentran ahora en revisión, y eso sin duda produce una incertidumbre a la que no estamos acostumbrados. En este sentido, el lenguaje bélico puede producir dos efectos: intentar entregar certezas y unir a la sociedad ante un “enemigo común” y, al mismo tiempo, generar más incertidumbre y miedo en los ciudadanos, que es lo común en situaciones de guerra”, precisa el estudiante del Magíster en Filosofía y el Magíster en Estudios Políticos de la UANDES.