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Martes 27 de Septiembre de 2022
Columna del profesor Alejandro Reid
La proliferación de las aplicaciones para visualizar contenidos ha cambiado profundamente el panorama del consumo de medios. Es tan amplia la oferta de programas y son tantas las opciones para verlos, que la posibilidad de que las personas puedan coincidir en lo que están mirando resulta cada vez más escasa. Debido a esto, las conversaciones sobre contenidos se vuelven cada vez más volátiles:
-Estoy viendo “Bridgeton”. -A mi no me gustó, prefiero “The Crown”. “Ted Lasso” es lejos lo mejor que he visto. -¿Está en Netflix? -No en Apple+. Yo estoy viendo “House of Dragon”, increíble. -¿También en Apple+? -No, esa está solo en HBO Max.
Actualmente resulta difícil encontrar opiniones diversas sobre un mismo contenido, pues cada persona ve sus propios programas, para los que tiene sus propias opiniones. Esta construcción de mundos individuales con contenidos afines hace más difícil el intercambio de opiniones y atomiza el universo de la entretención audiovisual en los individuos. Este fenómeno ha generado, por un lado, un aumento del consumo, pues la lista de las recomendaciones es interminable; y por otro, una alta deserción, pues a su vez son muchas los contenidos que quedan abandonados al poco andar.
Pero hay una excepción a esta tendencia. Son los programas en vivo de los canales de televisión abiertos y los grandes eventos masivos. Estos contenidos, vistos de manera simultánea por muchas personas, permiten ese rico intercambio de opinión, esa observación de los detalles en que cada persona destaca un aspecto en particular. Esa unificación del evento, el “estar” en el mismo lugar, en esa plaza pública, y poder filtrar el mismo evento desde un punto de vista propio es lo que genera puntos de vista, opiniones, destacando cada persona lo que más le llama la atención. Esto, pese a que la modernidad permite que ese consumo simultáneo sea realizado por diversas personas en diversas plataformas. El contenido es el que manda y, en este caso, es el mismo para todos. Pasó con el funeral de la reina Isabel II, visto en Estados Unidos por 11 millones de personas en vivo, por televisión; más otros cuantos millones que lo vieron por las plataformas. Esta seguidilla de eventos, que duraron once días desde la muerte de la monarca hasta la procesión y funeral, fueron transmitidos en vivo por los cuatro canales de televisión abierta de Chile, además de la BBC en el cable y en YouTube. Fueron vistos en el Reino Unido por 28 millones de personas, de los cuales 18 millones estaban sintonizando la BBC. Y el resto de la audiencia se rapartía entre los otros cincuenta canales que transmitieron el evento. Si a estos números le sumamos las plataformas existentes, el alcance resulta aún mayor. Durante los peaks de sintonía se llegó a una audiencia de 32,5 millones de personas. En Chile, se obtuvo 6 puntos de rating a las 6:30 de la mañana, todo un record para un día festivo.
Son estos grandes eventos masivos los que sorprenden, no sólo por la impecable transmisión, además del cuidado de los detalles y la coherencia total entre el tono de los conductores, la pompa británica y los ritmos de lo que se transmitió. Son contenidos como estos los que unen a la audiencia, la conectan con una realidad que puede ser muy distante para los que estamos en Chile, pero que ofrece un contenido común, por múltiples plataformas, con una calidad probada.
Ese mismo día del funeral de la reina, en nuestro país la televisión se unía y transmitía la parada militar, con un rating de 34,1 puntos hogar, un número importante, pues en una semana normal con suerte se llega a los 20 puntos.
En general, la televisión abierta ha perdido esa capacidad de congregar a la audiencia, pero son estos eventos en vivo los que generan conversación, opiniones y unen a auditores muy diversos en un polo común: el evento en vivo tiene vida propia.