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Viernes 29 de Julio de 2022
Columna de la académica de la Facultad de Educación, Pelusa Orellana.
No cabe duda de que la pandemia ha tenido enormes consecuencias negativas para los estudiantes, tanto a nivel escolar como en la educación superior. La pérdida de aprendizajes recién comienza a estimarse, pero un informe del Banco Mundial calcula que la “pobreza de aprendizaje”, es decir el porcentaje de niños que no logran comprender un texto sencillo a los 10 años en Latinoamérica aumentará del 51 a un 62.5%. Esto significa que la cantidad de estudiantes que estarán por debajo de la línea de la pobreza del aprendizaje se incrementará en 7.6 millones.
En muchos países ya hay planes de contingencia que incluyen priorizaciones curriculares, apoyo socioemocional y suspensión de evaluaciones estandarizadas entre otros. Estos buscan mitigar la pérdida de aprendizaje por el cierre de las escuelas; pero es probable que el efecto pandémico esté presente por varios años más. ¿Qué hacer, tanto desde la escuela como desde la familia, para evitar que este retraso tenga consecuencias aún más graves?
Una de las áreas del ámbito académico y cognitivo que más se ha visto afectada es el aprendizaje y desarrollo lector. Un alto porcentaje de estudiantes no aprendió a leer con clases online, y otro mayor dejó de ejercitarla al no tener acceso a las bibliotecas escolares. La lectura es esencial para aprender, para acceder al conocimiento y para funcionar en la sociedad. Sin esta habilidad es casi imposible desenvolverse por la vida; de ahí lo gravitante de que el número de analfabetos tanto básicos como funcionales aumente de forma explosiva.
Hace 20 años los investigadores Anne Cunningham y Keith Stanovich publicaron un artículo titulado “What reading does for the mind” en el que describen los efectos de la lectura en el desarrollo cognitivo. Se centraron en lo que denominaron “volumen lector”; es decir, la cantidad de minutos diarios que una persona lee, tanto en la escuela como en el hogar. Así, por ejemplo, mostraron que un niño que le dedica menos de un minuto diario habrá leído 21.000 palabras en un año, mientras que si le dedica 65 minutos habrá leído 4.350.000. Esta diferencia significa que quienes más leen se ubican en los percentiles más altos de comprensión lectora, tienen un vocabulario y un conocimiento del mundo más amplio. El volumen lector también contribuye a desarrollar más fuertemente las habilidades verbales como la ortografía o la fluidez en la expresión de ideas. En 2016 otro estudio reveló que con tan solo 30 minutos diarios de lectura es posible mejorar la comprensión y aumentar el vocabulario nueve veces más que si tan solo leemos 15 minutos al día.
Pareciera ser, entonces, que la lectura es una herramienta al alcance de la mano para invertir el efecto negativo de la pandemia. “Hacer leer como se come” como nos decía Gabriela Mistral, “hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre.” Impulsar la lectura desde el hogar y la escuela no cuesta tanto si le destinamos tiempo, si abrimos las bibliotecas a la comunidad, y si invitamos a una buena conversación sobre libros. Una lectura libre, gozosa, rica en temas y conceptos, que vuelva a elevar el espíritu y motivar el saber, tal vez nos devuelva el interés por aprender y conocer que la pandemia nos quiso quitar.