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Viernes 20 de Enero de 2023
Columna de la profesora Trinidad Herrera.
Recuerdo que, de pequeña, el día que más esperaba en todo el año era el de Navidad. Mis padres nos contaban la historia de un niño que había nacido en un pesebre, rodeado de animales en una noche estrellada. Junto a mis hermanos nos sentaban alrededor de un pino, decorado con pequeñas luces brillantes, se prendía una vela al centro y nos narraban año a año la importancia de celebrar el cumpleaños de Jesús. Sin embargo, en esta ocasión, quienes recibiríamos los regalos seríamos sus invitados. Todo era mágico. Antes de ir a dormir apagábamos la vela e intentábamos quedarnos despiertos esperando al señor de barba blanca que llevaba los obsequios, sin embargo, el sueño siempre nos ganó. Mis padres nos contaban que el mítico Santa entraba escondido a nuestra casa por la noche, lo que podíamos constatar al día siguiente cuando descubríamos los rastros de migas de galletas que habíamos cocinado para él. Pero nunca llegaba solo. A su lado, siempre se encontraban unos renos que, por su parte, dejaban todas las zanahorias mordisqueadas y pisoteadas cerca del árbol de navidad. Ya por la mañana, el sonido de unas campanitas nos levantaba, corríamos al árbol y ahí estaban los regalos que alrededor de esta mágica historia se envolvían.
Hoy, yo soy la que tiene hijos, y les sigo contando la misma historia.
Desde que el mundo existe, el ser humano ha tenido la necesidad de contar historias. Comenzó dibujando sus vivencias en piedras con el hombre del paleolítico, luego iba de pueblo en pueblo contando su historia con los juglares, y más adelante, encontramos la escritura en el papiro egipcio. Así, el ser humano, a través de relatos personales, ha dado a conocer temas universales que son de interés para muchos. Y esto es porque al exponer nuestras propias reflexiones, ya sea en un papel o en la pantalla, aunque sea a través de personajes ficticios, logramos muchas veces explicarnos la realidad. Incluso, quizá encontrarles sentido a nuestras vivencias.
Es de esta forma que logramos acercarnos, conocer y empatizar con los temas contingentes que maneja la agenda en la actualidad. Un mundo post pandemia, un continente con disputas políticas, una economía con inflación y una realidad a la que se habría pensado en este siglo no existiría más: la guerra. ¿Cómo nos aproximamos a esto? Algunos lo viven en carne propia, pero quienes se sientan en la palestra no quedan ajenos a estas situaciones. La muerte de miles de personas solas en hospitales durante la época de confinamiento por el COVID-19 y los innumerables bombardeos en los países de Rusia y Ucrania. Hoy podemos visualizar estos eventos con nombres propios e historias particulares en cada uno de los casos. Las historias consiguen involucrarnos. Tal como dice el escritor estadounidense Robert McKee “una buena historia significa algo que merece la pena narrar y que el mundo desea conocer”.
El filósofo francés, Paul Ricoeur, aseguraba que como seres humanos “contamos historias porque al fin y al cabo las vidas humanas merecen contarse…” Necesitamos contar historias porque somos seres eminentemente sociales que buscamos comunicarnos. Las historias nos inspiran y nos hacen conectar con otros. Es una forma de transmitir nuestra propia experiencia vital. Sin embargo ¿cómo podemos sobrevivir a las catástrofes, guerras, disputas políticas, enfermedades?, tal como lo afirmaba la escritora danesa Isak Dinesen “todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas”.
Es interesante tener en consideración, que desde que somos niños, una de las bases para nuestro desarrollo intelectual son los cuentos. Y es, en parte, a través de ellos que logramos estimular la memoria y las ganas de expresarnos. Tal como lo hacían mis padres con la historia del niño en el pesebre, cuando contamos una historia logramos que las personas entiendan las temáticas con mayor rapidez y que su cerebro trabaje con mayor certeza. Es de esta forma que logramos ampliar y desarrollar aún más las capacidades de percepción y comprensión de los temas. No olvidemos que narrar es la demostración creativa de la verdad, y que a través de las historias logramos explorar las acciones y emociones humanas.
A los espectadores, las emociones nos llegan a través de los hechos. Lo que me conmueve es la representación, la imitación de aquello que tiene que ver con la vida. La historia de Elisei Ryabukon, el niño ucraniano de 13 años que este año murió a tiros en manos de soldados rusos intentando escapar de la guerra, no ha dejado ajeno a nadie de la situación que miles de niños y ciudadanos ucranianos viven día a día. Relatos sin duda trágicos, pero que así nos hacen conectar con otros, nos enganchan en toda órbita, emocional, en la mente, en valores, e incluso en nuestra imaginación. Las historias no solo nos informan, también pueden inspirar y muchas veces movilizarnos a actuar.